Capítulo 1 (y capítulo final)



dos caras de personas que fueron familia


Sergio se levantó con el bendito ruido de la alarma. Un reloj digital que parece analógico y que emite un pitido de xilófono. Eran las 11 de la mañana. Otro día igual que el anterior y que el siguiente.

Tenía de nuevo los pies fuera de la cama. No le cabían los dos metros de estampa para ninguna cama común y al erguirse, bueno, nunca se erguía. Pies grandes, manos grandes, casi deformes. Cabeza demasiado afilada para su cuerpo enorme pero engrosada por unos pelos largos, a veces calvas, que se mantenían enterrados tercamente en el cráneo y le bajaban en bucles, que seguro en algún otro tiempo fueron bellos, por detrás del cuello y hasta la parte alta de la espalda encorvada.

Nunca se erguía, pero tampoco se levantaba en el momento. Se dejaba estar en la cama todo el rato que podía. ¿Podía? Todo el rato que se permitía. Así mejor.

Extendió el brazo largo y fuerte y cogió el móvil. Lo encendió. Hacía mucho que dormía con el aparato apagado para que nadie le viera las mentiras. O quizás para qué él mismo pudiese dormir a sabiendas de que las mentiras hacían lo mismo. Dormían, plácidas, en su Whatsapp y su carrete de fotos, dentro del sistema operativo de un teléfono Samsung Galaxy que también dormía.

Según Bárbara, siempre iniciaba el ritual viendo las noticias del Athletic de Bilbao. Puede que en alguna otra vida comenzara por el Whatsapp.

Pero en este momento no.

En este momento Bárbara piensa que comienza por el ritual de las noticias del fútbol. Es viernes. Razón de peso para ver las noticias: ese día le tocaba echar la quiniela. Esa que siempre perdía.

Una vez, un domingo 13 de mayo, llegó llorando. Medio borracho y quizás con algún porro subido. Decía que todo era gracias a la madre de Bárbara, que cumplía años de muerta. Y entre lágrimas, hablaba.

- Bárbara, ayúdame a contar. Creo que esta vez me la he ganado. Es por tu madre, ¿sabes? Ya veía yo que este fin de semana sería diferente. Si me la gano, seré libre y te daré todo lo que siempre me has pedido.

Se había equivocado. Ni esa ni ninguna otra noche de ningún Domingo, ningún Martes y ningún día de la semana fue libre ni le dio más, ni a Bárbara ni a nadie.

Viernes de nuevo. Lee las noticias. Otra vez en octava posición tras haber comenzado la temporada bien. Declaraciones de entrenador, de Aduriz, de Iñaki Williams. Todos dicen lo mismo. Siempre. Es un bucle. Esa noticia. Esa quiniela. Ese viernes. Esa mañana. Ese día. Esa semana.

Se entiende, ¿no? El mismo día y la misma esperanza ahogada.

Escucha de pronto un tintineo de pies descalzos bajar del ático. No dice nada. Se queda muy callado y sigue a lo suyo. Ruidos en la cocina. Bárbara ha visto la hora y ha bajado a hacerle el café. Diez minutos pasan. El olor blando del café, mezclado con cera de vela y tabaco inunda un poco el pasillo. La habitación es grande, con un ventanal enorme que da a un parque que no parece pertenecer a esa vista, esa ventana o ese barrio. Los pájaros cantan histéricos. El agua del lago artificial resplandece. No hace calor, ni frío. Pero Sergio sigue metido en las sábanas.

Diez minutos.

Otro tintineo, esta vez desde la planta baja. Un ¡Ayyy! Un tintineo de la taza contra el platito que viene con una pringada: pan de pueblo frito. Vuelta y vuelta, en aceite de oliva no demasiado caliente. Una taza, porque Bárbara no entiende que a Sergio le gusta el café en vaso y no en taza. Su café muy sano, sin torrefacto, que no sabe a nada, blandengue. Y siempre una servilleta, para limpiarse el pringue.

- ¡Hola, amor! Ya son casi y media. ¿Cómo has dormido?


Capitulo -1









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