40


my back

Este año cumplo finalmente cuarenta años.

De pequeña pensaba que haría lo mismo que alguna escritora que encontró la fórmula y cada año publica un libro igual que el anterior, que yo devoro igual que el anterior. Pensaba que a los 40 publicaría mi primer libro, como ella.

Eso no va a pasar.

Pero no hay testigos. Si en este momento se acaba mi vida, hay pocos testigos. Nadie sabe cómo me despierto, lo que pienso, cómo mato las horas entre unas pesas, un ordenador, litros de café y mis pensamientos.

Está bien. No tiene nada de impresionante mi vida. Es una más de los billones de vidas humanas, acabadas o no, que transcurren.

Pero divago. La tura no me encuentra y, sobre todo, no sé de qué escribir.

< Pausa dramática para leer un correo de respuesta automática de mi cliente, que está de vacaciones de Semana Santa >

Hace unos diez años me empeciné en grabar audios de mi yaya contándome su vida. Pensando que esa vida sí valía la pena ser contada (y lo es), pero no seguí el hábito de la escritura más que para desahogos puntuales y tampoco fui lo suficientemente disciplinada para escribir cada día.

Soy huérfana de padre y madre desde hace muchos años. Soy hija única. Soy solterona y no tengo hijos. Pero el año 2021 comenzó con mis tres abuelos vivos. Y terminó con todos muertos. ¿La pandemia? Sí y no. Aunque ninguno murió de la peste de 2020, todos se deterioraron al unísono. Primero mi abuela, luego mi yaya y por último mi abuelo paterno, con 100 años. Merecían irse ya. No sólo porque estaban visiblemente cansados, también porque yo soy huérfana, pero para eso hay una palabra...

Ellos, por otro lado, habían perdido a sus hijos y eso no hay siquiera forma de nombrarlo.

Tengo casi año y medio viviendo entre Barcelona, Madrid y Santiago de Chile. Probablemente huyendo de algo que no sé qué es, o aprovechando la soledad y la independencia para hacer 'lo que me apetezca'. En realidad, la soledad se ha vuelto mi compañera cercana. Mi sombra. Mi bendición y mi suplicio en la misma medida. He sido capaz de soportarme a mi misma incluso cuando no me soporto. Y sin embargo... no encuentro las ganas de escribir por ningún lado.

Como crecí muy sola, me inventé un mundo interior en el que yo hacía y deshacía a placer. Todos los días 7 de cada mes editaba una revista que producía artesanalmente. Folios y lápices de colores. Cortaba el papel, lo doblaba, (mal)cosía el lomo de la revista, la llenaba de artículos, de recortes de otras revistas, fotos, dibujos. Se llamaba Kuggy y fue mi primer sueño de publicar cosas. Me ponía NER-VIO-SA si la fecha estaba pronta a llegar y no tenía el editorial.

Pintaba y dibujaba. Con lo que podía. Tampoco fui una niña con demasiados recursos como para poder llevar a cabo todas las ideas que tenía. Y cuando la revista estaba acabada y el dibujo o el cuento no, pero sabía que si seguía lo arruinaría (más), hablaba con las plantas, leía Mujercitas, bailaba canciones ridículas de la Venezuela de los 80 y, cuando pegó la pubertad, tiraba de MTV.

Si lo pienso, gran parte de mi vida la he pasado matando el tiempo. Horas inacabables de no hacer nada y hacer mucho. Sueno como que me aburro, pero no, sólo me cuesta entender a la gente que 'no tiene tiempo'. Yo tengo demasiado tiempo siempre. En muy pocos momentos de mi vida me he sentido superada por la falta de tiempo. Cuando sientes que te falta tiempo, muchas veces es porque no estás disfrutando.

Dicen que un síntoma de soledad es cuándo la gente sale a la calle y se pone a hablar con cualquiera, de cualquier cosa, procurando interactuar de cualquier manera. Así recuerdo a mi yaya, incluso de joven, siempre queriendo hablar. Si lo pienso, hay una soledad transgeneracional que sigue un hilo desde mi yaya, pasando por mi madre, directamente a mí. Cargo mi soledad, pero también la de ellas.

Contradictoriamente, no me siento sola. El único momento en el que hay cierta incomodidad es cuando me hago consciente de que no habrá testigos de mi vida. Si junto todas las horas de vida de mis primeros 40 años son más de 350 mil horas. Lo paso a horas para calcular más fácilmente y obtengo el resultado: de esos 40 años, unos buenos 15 han sido completamente sola. 

Ha venido Naty.

Me gustaría preguntarle si echa de menos a alguien. O preguntármelo a mi misma. ¿Qué echo de menos?

< Hablo un poquito con Naty. Nos reímos, amamos la vida y nos queremos siempre, con lo cual pasan horas...>

Los ronquidos y el calor (emana calor de forma indiscriminada) de C, cada vez que me voy a la cama. Levantarme y verle la cara y los ojos hinchados de dormir.

El último año lo he vivido en un sopor consciente. Al menos, con mucha más consciencia que antes.

Cuando lo vi, pensé que podía estar en mi vida siempre, ahora sé que no. ¿Que por qué no? Porque una cosa es querer a alguien y otra cosa es que pueda estar en tu vida.

Si no se miente un poco cuando escribes, no es verdad.

Yo quería. De otro modo no hubiese pasado. Creo que estaba lista para pensar que se podía hacer distinto. También venía con un "problema", aunque me decía que no. Bueno, con dos, cuatro, o seis, dependiendo de quién haga la cuenta.

Mi problema fue, otra vez, que no cabía.

Modestias ridículas aparte, y juicios suyos aparte, por pura suerte (o no) soy así: libre, educada, ágil, autogestionada. Que no le necesita. Que no necesita. Eso.

Mucho gusto, es tiempo ya de que me conozcas.

Tengo un mundo interno con luces y sombras y, sobre todo, claroscuros. Soy capaz de adaptarme por fuera, pero mucho más por dentro. He llegado a pensar que soy narcisista, y luego no. Que el cable roto me hace incapaz de muchas cosas. ¿Acaso alguien no tiene un cable roto? Me cuestiono cada paso que doy, a quién le impacto, a quién no. Todo eso antes de que me metieras en tu vida.

No me importa que te hayas ido. O haberme ido. Lo que tú quieras. Al final, siempre vas a ver un jarrón.

Un día

- Me ha gustado la sesión de hoy y he aprendido algo - te dije, en el CastelaII, en Madrid, aquella noche que salíamos de terapia.

- ¿Qué has aprendido?

- Que tenemos que ser capaces de comunicarnos muy bien. A veces estamos describiendo lo mismo y siento que yo describo un vaso y tú describes un jarrón - te dije, midiendo cada palabra y cada sílaba, para ver si me explicaba bien.

- ¿Y qué culpa tengo yo de que sea un jarrón?

Sí. Un jarrón. Eso fue. Daba igual que yo vea un equivocado vaso. O tú veas un equivocado jarrón. No se discute que sea un jarrón.

Puede que le esté poniendo demasiado peso a las palabras pero, ¿ves? me lo cuestiono. Yo fui a terapia porque las cosas que he dicho las he dicho de verdad.

"Vamos a diseñar nuestro futuro, con paso firme" pausa para vomitar un poco ante la promesa de político de izquierdas.

No quiero darle más vueltas a lo que puede confundir. Eso no es mio.

Pero hoy, que sé que cumplo 40, que lo que he vivido yo y lo que he llorado yo sólo lo sé yo, ya te lo digo: no te puedo aceptar el juego.

No soy ni existo en donde no quepo. Ya soy pequeña en físico, pero en espíritu, sigo expandiéndome.

Vuelvo. Me he ido. Al chat. A tatuarme de nuevo. Quiero más tatuajes, más moto, más pájaros. ¡Un pájaro!

Voy a parar esta locura para hacer algo que quiero hacer desde hace rato. Escribirte desde lo más genuino (y cuidando las palabras).

¿Te acuerdas que te dije que quería quererte entero? Lo hago.

Te quiero. Y estás en la lista. Creo que las personas que pierden a sus padres muy jóvenes tienen derecho a una lista de personas que no se van. Antes pensaba que era una lista para que no se fueran físicamente. Pero la yaya estaba ahí, y se fue físicamente y sólo físicamente. Entonces ahora sé que es una lista para que estén conmigo siempre. Y tú estás ahí.

Quiero que seas feliz. Que tu hija se cure definitivamente. Que puedas vivir con ellas donde tú quieras siempre. Que puedas estar en paz, sin culpa, sin duelos.

Tres horas hablando con un tatuador. Pfff y los impuestos.

< Pasan años >

Y esto sale a la marabunda de Internet







Comentarios

Entradas más populares de este blog

The good life

Mejor que un rollo de blogs

101 reasons the 80's ruled