Capítulo 1 (y capítulo final)
Sergio se levantó con el bendito ruido de la alarma. Un reloj digital que parece analógico y que emite un pitido de xilófono. Eran las 11 de la mañana. Otro día igual que el anterior y que el siguiente. Tenía de nuevo los pies fuera de la cama. No le cabían los dos metros de estampa para ninguna cama común y al erguirse, bueno, nunca se erguía. Pies grandes, manos grandes, casi deformes. Cabeza demasiado afilada para su cuerpo enorme pero engrosada por unos pelos largos, a veces calvas, que se mantenían enterrados tercamente en el cráneo y le bajaban en bucles, que seguro en algún otro tiempo fueron bellos, por detrás del cuello y hasta la parte alta de la espalda encorvada. Nunca se erguía, pero tampoco se levantaba en el momento. Se dejaba estar en la cama todo el rato que podía. ¿Podía? Todo el rato que se permitía. Así mejor. Extendió el brazo largo y fuerte y cogió el móvil. Lo encendió. Hacía mucho que dormía con el aparato apagado para que nadie le viera las mentiras. O