Dos años, un mes y 9 días

Nunca entendí lo que era el cáncer. Desde pequeña me llamaba la atención que un signo zodiacal y una enfermedad pudiesen tener el mismo nombre tétrico, pero aunque me daba inmensa curiosidad, nunca tuve nada cerca que me ayudara a entenderlo, al menos hasta mucho tiempo después. Agradezco las clases de biología de tercer año para conocer, por lo menos, qué era una célula y de allí todo fue muy fácil. Pasé muchas noches en vela investigando cada término médico, cada diagnóstico, cómo se ayuda y cura a un individuo que tiene que pasar por ese trecho imposible de ver su propia locura manifestada en su cuerpo.

La enfermedad de mi madre hizo realidad todas mis pesadillas infantiles. Viví sola con ella los primeros veinte años de mi vida y los últimos de la suya. Desde que recuerdo dormíamos en la misma cama, por puro gusto. Mi madre roncaba mucho. Nadie soportaba su forma continua y muy sonora de roncar. Para mí, cada vaivén de ese respirar terrible era una canción de cuna. Pero a veces se trancaba más de lo normal y yo pensaba que ese era el momento en el que dejaría de roncar, y de respirar, para siempre. En ese momento ni estaba enferma ni ninguna de las dos teníamos noción de que todo esto iba a pasar. Pero en el fondo yo lo sentía. No íbamos a tener tanto tiempo juntas como creíamos.

"Casas muertas" de Miguel Otero Silva es el libro más deprimente que he leído. No hay nada artístico en esa sucesión repetitiva de muertes. Es un drama que te engancha a seguir leyendo porque no puedes creer que todos los personajes terminen muriendo. Lamento por Otero Silva tener que ser tan dura en mi crítica y contigo por contarte el final, pues no sé si la has leído. Pero un sólo término se me engarzó irremediablemente en el pecho: hematuria. No podía creer que una persona podía morir porque empezara a orinar con sangre hasta que se bloqueara su uretra con un coagulo, para luego explotar por dentro de sangre y orina. Eso ya no ocurre. Los médicos occidentales te van insertando sondas cada vez más anchas y hasta de tres vías, y si es necesario te irrigan la vejiga de suero para que no se formen coágulos. No sé si alguna vez surte efecto o se detiene el sangramiento. Mi madre murió antes de que eso ocurriera. Le dio hematuria, pero ni siquiera murió por eso.

La gente no muere de cáncer. La gente muere porque el cáncer te va rompiendo por dentro en la medida en la que gana terreno. Te roba la sangre, la hemoglobina, el oxígeno. Te va robando el cuerpo hasta que la parte de ti que no pertenece a este plano tiene que salir de él.

Ella era una de las personas más racionales que se hayan visto por ahí. Analizaba hasta el tiempo que tardaba el semáforo en cambiar de luz y tenía esquematizado cada uno de sus movimientos y acciones con una precisión intimidante.

Pero yo la vi una vez que perdió la razón. Estábamos solas en la clínica, era de noche y todos se fueron temprano. Le pregunté si quería que apagara la luz. Esa fue la primera vez que la persona más inteligente y cuerda que he conocido me respondió balbuceando una aberración.

Más nunca volví a escuchar algo que tuviera sentido de sus labios, por culpa de la acidosis metabólica que provocó la insuficiencia renal. Incluso tuvieron que amarrarla a la cama cuando la llevaron a quirófano. Por primera vez la doctora que tanto me permitió ver y tanto me enseñó me pidió que me fuera de la habitación. Luego de doce horas gritando cosas imposibles, la sedaron hasta su último suspiro.

Comentarios

missing u, more than ever
RoRRo dijo…
I know how you feel...
y la tristeza infinita...

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