Una vez superado el trauma...
Mi primera contrariedad con la publicación fue por culpa de un profesor amorfo, desagradable y feo. Para ese entonces estaba escribiendo un cuento, “Piernas trenzadas”. Como la clase de química era bastante aburrida, estaba absorta revisando el texto en cuestión.
Si, yo lo sé, hay mucho erotismo directo y simple en lo que escribo, y antes había más. Nadie lo pudo decir mejor que mi amigo D, y cito textualmente: “Jo, tú puedes llegar a convertirte en una caricatura moderna del marqués de Sade, despojada de toda fantasía, presentando el erotismo crudo, cotidiano y aburrido, como generalmente suele ser”
Ese cuento era mío, pero sobretodo era no publicable. Ahora vomito un poquito cuando lo leo. La cosa no es más que una perorata espantosa de muertes y encuentros sexuales cargados de imágenes exageradas de todo tipo. Muy erótico y muy chimbo.
El repugnante y amorfo profesor se acercó a mi pupitre y me arrancó las hojitas amarillas y sucias. Me miró por debajo del hombro, creo que puse ojos de venadito moribundo y empecé a temblar. Yo sabía que lo iba a hacer.
Acto seguido empezó a balbucear con su boca torcida cada una de las palabritas escuetas de mi cuento para los oídos de todo el salón. Un cuento que reflejaba los inicios de esta caricatura moderna del marqués de Sade en la que D cree que me puedo convertir.
La audiencia que escuchó un cuento mío por primera vez no se dio cuenta de los errores de redacción y sintaxis del asunto, estaban ahí, derretidos en sus puestos, anonadados con todo el erotismo puro que el hombre recitaba.
Nunca he podido publicar. Hasta hoy. Como excusa, les digo que el disco duro de mi espalda, perdón, de mi laptop, se está quedando sin memoria libre. En algún lado tenía que terminar todo este poco de bytes convertido en algo rico, en palabras.
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