Era hora de desintoxicarse. De parar la rumba, la salidera y el sesohuequismo. Era hora de hacer las cosas que realmente tienen que ver conmigo. Heme aquí. Alquilé cuatro peliculitas que me absorbieron durante ocho horas de esta semana, sin contar las que conseguí por ahí haciendo zapping al control remoto del televisor. Además de eso vi a mis panas más antiguos, leí periódico como un demonio y cuanta cosa impresa o codificada pasara por delante. El jueves en la mañana todavía no les había dicho a los muchachos si me iba a lanzar con ellos para la playa. Me cuesta mucho, por cuestiones morales, salir de Caracas. En principio siempre pienso en todas las diligencias horrendas que inundan mi vida. Entonces me propongo quedarme para adelantarlas (siempre me quedo para hacerlas, pero nunca lo hago, qué vaina), y empieza mi cuestionamiento ¿Cómo me voy a ir? Los reales, mi papá, la familia, la vaina. Luego que si pierdo jueves y viernes, son dos días, bien podría adelantar algo porque son d
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