Million dollar baby

Cuando me enrollo a niveles infranormales por cualquier estupidez cotidiana de la vida, siempre recurro a algún pana medio cercano para que me entrompe de una y me devuelva a la realidad.

Hace unos años, uno de estos panas trató de explicarme algo que, si bien no creo que lo haya digerido completamente, es algo de lo que nunca me he podido olvidar y trato de mantenerlo siempre en cuenta.

Resulta que el hombre es todo un boxeador de alma y entrenamiento. Ha hecho kung fu, karate, kempo, boxeo y qué sé yo que otra cosa afín. Por eso todo lo que ocurre, dentro y fuera de él, lo compara con una pelea.

La teoría es esta, cuando uno tiene un suceso que causa conmoción cerebral, es cómo si estuviera en pleno ring de boxeo. Uno anda sudado, recibiendo y dando golpes, cansado, dolido y arrecho (de molesto, no de lo otro). Bajo esas condiciones, pensar se torna complicado. Si el luchador estuviera sentadito, tranquilito, en las gradas, supiera perfectamente la estrategia que debe aplicar para ganarle el asunto al contrincante. Pero esa no es la realidad, el hombre está adentro, a toda velocidad, entre golpe y golpe. Y mete la pata por cansancio, por dolor y por idiota.

Trato de imaginarme que estoy sentada en la grada y no en plena faena. Pocas veces lo logro, pero cuando es así, veo la solución. Está ahí, estampada entre ceja y ceja, pero el sudor y la sangre le bloquean a uno la vista.

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