Vodka con RedBull

Anoche salí con una amiga chiquitita que tengo. Eso de sentarte a tomarte un café en cualquier tarantín es una de mis más brillantes ocupaciones, puedo hacerlo en el cafetín de la universidad y en el sitio más rimbombante del mundo.

Había un gentío en el restaurantcito de Las Mercedes. ¿Será que a todo el mundo le dio por venirse a tomar un café hoy?, esperamos una mesita como diez minutos. Buenísimo, además, porque el señor que consigue la mesa se instaló a hablar con nosotras y se me hizo rapidísimo.

Después del respectivo marroncito, la enana del coño pega un brinco y me lanza “¿será que nos tomamos unas vodkitas y tal?” yo me privo de la risa y le explico mi difícil situación económica, pero la pana insiste “Ay, marica, o sea, un par de vodkitas y ya”

Había vodka con Red Bull. Impelable. Ponga a dos mujeres en una mesa, una frente a otra, con un traguito, café, té o afín entre las manos y déjelas ahí hablando. Suprima el tiempo, las necesidades fisiológicas, los celulares y los deberes de cada una de ellas. Listo, va a ver cómo se manifiesta la primera Ley de Newton. Se quedan hablando para siempre, por inercia ¡para siempre! Los hombres no pueden entender eso porque ni siquiera se miran fijamente a los ojos cuando se hablan. Nosotras si, todo el tiempo.

Después de un par de vodkitas para cada una, era hora de irse. Pedimos la cuenta y a los diez minutos llega el mesonero “Disculpen… ejem… señoritas, su cuenta fue cancelada por los caballeros de la mesa de al lado”. Menos mal que mi amiga es bien enana, porque se pudo esconder rapidito. Es que da pena, y mucha. Tenía que hacer algo. Mi amiga totalmente desparramada en la silla no aportaba mucho y el bochorno feliz tenía que torearlo sola. Me dieron ganas de decirles que no, que no era necesario. Pero no se podía “…fue cancelada…”. Nada, di media vuelta sobre la silla, encaré a los tres señores (bien señores, por cierto) me sonreí y di las gracias cortésmente, dije que no era necesario y ya está.

No, ya está no. Los señores pagaron la cuenta y nos pusimos a hablar con ellos. De política, de computación (si, bueno, mi karma de que siempre la gente que conozco tiene algo que ver con esto y siempre termino tecnologizada) y de tonterías. Y, ahora sí, ya está.

Después de que se nos pinchara un caucho y rápidamente lo cambiáramos, llegamos sanitas y salvas a mi humilde hogar. Con las manos llenas de grasa y hollín de freno y cagadas de la risa.

Comentarios

RoRRo dijo…
¿Les dió pena decirle a los tres tipos que les cambiaran el caucho también?
ベル dijo…
Adoro cuando esas cosas pasan, me parece de lo mas delicioso dejarse llevar por el día, y vaya gente que conoces, vaya cosas que se escuchan y vaya experiencia.
extraño los días en los que hacia esas cosas.
Me resultó nostálgico este post :/

La inercia al hablar... es genial.

saludos.
No, RoRRo, ¡ya no estaban con nosotras! Además no necesito que me cambien el caucho... ¡I know how to do it!
Una de mis pelis favoritas, by tha way, es Thelma & Louise
me dijo…
En serio sabes cambiar un caucho? q carro tenéis?
Te reto a que le cambiéis un solo caucho al Aguacatón.

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