Ana y el amigo de un amigo

A veces necesito robarle la vida a la gente que conozco para escribir. Se las robo sin permiso, las cambio, las sazono. Escribo cosas que pueden ser verdad y otras que suenan imposibles. Terminan siendo mías, totalmente ajenas a sus respectivos exdueños. Es una forma interesante de quitar la vida.

Ayer estaba leyendo el Tal Cual. Al kiosco donde siempre voy a comprar el periódico hace más de una semana que no llegan El Universal y El Nacional. No voy a salir del micromundo donde paso la mayor parte del día a ver si los consigo porque me cobran doble estacionamiento, soy así de pichirre, y leerlos en línea no me da el mismo placer. Eso me desespera y termino comprando el periódico de Teodoro. Un café, una mesita azul y estoy lista.

En esas estaba cuando llegó mi amiga Ana. Está a punto de cumplir veinticinco años, es una retaca de metro y medio con un cuerpazo y un pelero. Siempre está apurada, estresada y de mal humor, por eso me la llevo tan bien con ella. Generalmente me encuentra pegada a cualquier cosa con letras y no pasa más de medio minuto antes de que se vuelva a ir, dejándome con mi desastre literario en paz, sin chistar.

Pero ayer se sentó un buen rato a hablar conmigo. El hecho de que sea un manojo de nervios todo el día tiene su razón de ser. Hace más de cinco años que se fue de su casa. La verdad es que vivir con su papá no era una buena idea, aunque el hombre en cuestión no le paraba ni medio la mayor parte del tiempo, su mayor entretenimiento era hacerle la vida imposible cuando podía. Por eso se fue.

Ahora vive sola en una caja de fósforos. Pasa todo el día haciendo malabares para estudiar y trabajar al mismo tiempo, está sacando su carrera con dos trabajos a cuestas para poder mantener su independencia económica en este país imposible. A lo mejor por eso se está quedando tan chiquita y se está poniendo tan exageradamente flaca.

Ayer nos pusimos a hablar porque el hombre con el que estaba saliendo la dejó. Tenían sólo dos meses juntos, pero ella había apoyado toda su felicidad en los hombros delgados del sujeto en cuestión. No había sido del todo su culpa, el hombre se le había metido en la vida hasta los tuétanos.

La primera vez que la escuché hablándome de él era el amigo de un amigo. Ella estaba clarita de que el hombre era sólo para pasar el rato, no se estaba engañando, la cosa era así. Siempre salían a sitios nocturnos, llenos de gente, la cosa más casual del mundo. Me los conseguí unas cuantas veces en una de las mías. Parecían dos panas, más nada, sin segundas intenciones.

Empezó a cambiar el día de la fiesta de Rodrigo, cuando se aparecieron juntos. Desde entonces el hombre conocía a todos sus amigos, se hizo amigo de los amigos de ella en un santiamén. No faltó mucho para que el hombre nos conquistara a todos, era panísima. Y entonces ella estaba involucrada hasta el cuello.

Él se fue. Ahora ella tiene que barrer de su casa los recuerdos de él, limpiar el olorcito que el pana dejó y borrar, lo más que pueda, al hombre que la acaba de dejar.

Ayer mi amiga y yo concluimos, de nuevo, que en estas cosas involucrarse está demás.

Comentarios

Joa dijo…
Yo estoy en contra de presentarlos a los amigos hasta que una este segura... despues se van, y hasta se llevan a los panas!
RoRRo dijo…
¿Cuál fiesta de Rodrigo? Yo no he hecho ninguna fiesta...

...mándale saludos a Ana...

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