Indicio


Gonzalo se monta en  el subte todos los días desde la estación de Piedras a Primera Junta. “Es el tren más antiguo de Latinoamérica”, le dijo Patricia días antes de dejarle una nota con marcador negro que sólo decía "Me voy", llevarse sus cosas y evaporarse. Si no hubiese sido porque el calor del verano bonaerense se trasladó al otoño, esa mañana de abril la sociedad porteña no hubiese decidido vestirse como si fuera enero.

Patricia y Gonzalo se habían conocido en el colegio. Siempre habían sido amigos y reubicar su relación fue bastante cómodo, como todo lo demás.  Cuando llegó el día, decidieron comprar un departamento pequeñito en el microcentro y se fueron a vivir juntos, sin disputa pero sin celebración. Gonzalo hacía la vida que había que hacer y Patricia lo seguía. Era una muchacha soñadora y apasionada que había encontrado en Gonzalo toda la estabilidad que necesitaba a muy corta edad. Incluso habían superado estar separados durante el año que Gonzalo se estudió en Boston. Ella había sacrificado su beca del Colegio Francia y lo esperó conforme por catorce meses viviendo en el departamento de sus padres en Palermo.

Gonzalo es el único argentino capaz de notar el olor a madera anticuada de los bancos y las paredes. Piensa en el montón de muertos que alguna vez se sentaron ahí, en ese mismo banco, viendo los mismos aros de gimnasia atornillados en el techo. Ahora los hacen de plástico y con formas ergonómicas, así que los aros de gimnasia resultan absurdos. El vagón donde viaja Gonzalo desentona con este futuro. Es una pequeña caja de pasado con las ventanas abiertas desde donde se ven las venas de la ciudad de Buenos Aires.

Gonzalo disfruta un montón recostando la sien del alféizar y subiendo la vista. Cada tanto, el enrejado de una alcantarilla visto por debajo se ve a contraluz. Como el ciudadano porteño camina todo el tiempo, suelas de mil formas se dibujan momentáneamente, o no, sobre el enrejado.

Casi llegando a Primera Junta, el tren se detiene. Gonzalo mira hacia arriba, entre las rejas. Unas suelas femeninas, arqueadas. Dos piernas desnudas y la bombacha de Patricia. Una bombacha única que Gonzalo conoce demasiado bien: enorme, roja y de lunares blancos, desgastadísima, comprada en CaroCuore en verano del 95, cuando Patricia recibió su primer sueldo en el Ministerio de Economía, frente a Plaza de Mayo.

Es una maravillosa oportunidad; Gonzalo está a punto de levantarse, abrir con fuerza las sordas puertas, correr por encima de los torniquetes del subte y subir a la calle de un golpe. Pedirle a Patricia una explicación, un beso, un mate. Justo entonces, un par de suelas se acercan. Los zapatos contundentes de un contador: gastados, rotos, de cuero fino. Las bocas de los dos se encuentran por encima de la bombacha, el traje marrón, el bolso de Patricia. Gonzalo relaja las piernas y se deja vencer contra el banco de palo. El tren reanuda la marcha.

Comentarios

Unknown dijo…
no sé por qué visitamos lugares donde cosas pasaron, se dijeron o besaron. solía ir a la previsora para ver si encontraba a una chama con la que estuve. al café del cine de la previsora con el afiche de "torrente: el brazo tonto de la ley", entre otros.

qué cabrón puede ser uno.

por lo demás, excelente post!!
Unknown dijo…
Esos amores... Que solo llegan un vez

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